23 de septiembre de 2011

Demasiado poco para tantos muchos

Demasiado típico París para comenzar una historia. Demasiado típico situarla en unas calles, en una ciudad. Yo me quedo en mi habitación, tumbada en la cama y con la ventana encima de mi cabeza. Qué bonito es este sitio.

Tantos problemas a la espalada, tantas luchas absurdas. Tanto crecer por dentro estando estancada.
¿De qué sirve todo lo que he hecho en mi vida para sentirme mejor y bien?, si de repente puede venir alguien y hacerme tropezar una y mil veces, y me empuja a caerme, y yo me dejo.

Sentir como es tan fácil que se rían de mi, porque hasta yo misma no me tomo en serio. Sentir que lo que tengo que hacer es quererme por delante de todo, pero saber lo difícil que es. Saber lo difícil que es completarse, pero saber que es completamente factible.

Predicar siempre una filosofía que me encanta compartir, pero que luego me cuesta la misma vida aplicármela. Entregarme siempre por la felicidad ajena, siendo a veces inmerecida incluso, dejándome de lado a mi misma.
   
¿Cuántas veces me he analizado y criticado? ¿Cuántas veces he hecho una lista de mis errores, con sus soluciones detalladas? ¿Y cuántas veces he logrado un cambio en mi? ¿Con qué rapidez?

Vas creciendo y te percatas de lo que cuesta ir subiendo escalones manteniendo el equilibrio. Te das cuenta de lo que cuesta formarte y mantenerte a pesar de las dudas, y de lo fácil que es irse por el camino cómodo e incorrecto.
Quizás no incorrecto, pero es que yo no quiero pertenecer a esa gigantesca masa que se levanta para ir a trabajar, ganar dinero y gastarlo en un sofá gigante e incomodo solo para presumir delante de tu hermano o vecino. Y que dedican un tiempo de su vida a “educar” a sus hijos: “Cuando termines primaria, irás a la ESO. Después estudiaras un bachillerato, y tras acabarlo, automáticamente entrarás en la universidad… ¡y ya me encargaré yo mismo de que sea por medicina o derecho! Menos Bellas Artes lo que quieras, que eso no tiene futuro, no sirve para nada. Luego terminaras la carrera, y te pondrás a trabajar, porque te tienes que casar, meterte en una hipoteca, tener dos hijos y dos coches. Tienes que pagar los colegios privados de tus hijos. Y que no se te olvide comprar un perrito, y su comida. Entonces si que estaré orgulloso de ti, hijo mío, porque para eso hemos nacido.”.

Con lo bonito que es el arte…

A mi siempre me encantó aprenderlo todo de películas, detalles de la vida… Un hombre que paro en la calle para pedirle un mechero, y me muestra millones de curiosidades que solidifican mi persona…
Ir caminando por la calle como si fuera un lienzo en blanco e ir pintándome de todos los colores de la vida. Qué bonito es el olor a temperas.

Una gran frase que leí un día decía algo así como: “No hay que educar a nuestros hijos para el mundo de hoy, sino para un mundo mejor”. Quitarnos esa puñetera fachada metálica que se nos está pegando a la cara y al cuerpo… Coger y enamorarnos de los rasgos humanos, de los olores personales… del roce de un cuerpo. No que hoy en día nos enamora una marca de ropa, una chica con el pelo largo porque es lo que se lleva. Un tatuaje de estrella porque es lo que se tatúa todo el mundo este año… Con lo bonito que es hacerte conocer por un tatuaje. Con lo bonito que es que se imaginen como eres porque tu tatuaje tenga un significado que haga que te mueras de ganas por conocer a esa persona, o simplemente preguntarle la razón de ese tatuaje.

Hoy en día abundan las personas sin inquietudes. Personas vacías. Criticonas. Criticonas porque no tienen idea de nada… y como les hables con un poco de idea y/o elocuencia los desarmas y se lanzan hacia ti a la defensiva.
Es tan triste ver en alguien una virtud que esa misma persona no conoce de si misma. Es tan triste que hoy en día lo HUMANO se vea ridículo… que no esté “de moda”. Tan triste que para poder relacionarte con alguien, tengas que dejar tu personalidad a un lado para integrarte en un círculo… ¿Dónde hemos tirado el respeto?

Hemos dejado de luchar por nosotros mismos. Hemos empezado a luchar por un “nosotros” que nos gustaría ser para que la gente no nos critique, o señale. Hemos dejado de querernos. ¿De dónde hemos sacado esta actitud? Antes no se era así. ¿De dónde lo hemos aprendido? ¿Quién la “inventó”?

Yo me enamoro de unas piernas, no porque sean bonitas, sino porque corren. De unos ojos no porque sean azules, verdes o marrones, sino porque brillan y tienen fuerza. De unos labios no porque sean gruesos, finos o sensuales. Lo sensual de unos labios es lo capaz que es de coger las palabras y convertirlas en arte.

M.Ekisdé

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